martes, 10 de mayo de 2011

NO PREGUNTES POR LA RAZA, QUE ME INSULTAS ...

TEXTO DE  LOUISIANA  PANAGUA



Mariposa es una rescatada de la calle y es bien difícil calcularle la raza. Debe ser hija de dos padres que cumplieron con la naturaleza: Ella tuvo un celo, no lo pudo evitar, desde la Patagonia Argentina llegaron miles de perros a montarla, su papá no es de tan lejos, pero tuvo que caminar un par de kilómetros esquivando carros y peligros porque el olor a sexo no lo dejaba dormir, se entorgalló con mas de once perros, con los vecinos de la zona que estaban hartos de la ladradera y las peleas de perros, y finalmente tuvo que dominar a la hembra en cuestión para poder montarla, y ¡sí que era dura de dominar! Al final, para más mala pata, se quedo pegado. Luego se quedo con ella un par de días para asegurarse de que la semilla sembrada era la suya porque ni él ni los vecinos pordian asegurar quien era el padre. Eso lo sabrian en unos tres meses. Pero dos días eran suficientes para él.

Nadie sabe la procedencia de estos dos padres, ni la raza, ni conoce su ascendencia. Son de la burda clase: CALLEJERA. Son perritos sin fortuna y sin apellido. Viven de apartarse cuando alguien pasa para que no los pateen, saben correr cuando son sorprendidos comiendo de la basura o aprovechando una buena sombra que le pertenece a los humanos. Su mamá se dedico a dormir, a comer los restos de comida que una viejita medio generosa le dejaba en las noches "para no botar esa comida", a esperar y a tolerar de buen grado los achaques del embarazo. Al poco tiempo no podía ni caminar del peso. Ocho perros medianos estaban creciendo dentro. Y allí estaba Mariposa, sin nombre, heredando la no-fortuna de su madre. Para resumir, un día apareció en la calle, llena de pulgas, garrapatas y bañada en aceite de carro. Probablemente le dio sarna y alguien muy amable se la quiso curar, pero la dejó totalmente emparamada. Así, en ese deplorable estado al que se le sumaba el hambre y la desnutrición, la encontró una noche Josefina. A pesar del peligro, se detuvo, la recogió y se la llevó a su casa.

En ese mismo estado la fotografió y colgó la foto en Facebook. Nubia, su contacto, compartió la foto en su perfil y por fin, un día la vi yo, que estaba embarazada y no lo sabía. Con un sentimiento maternal exacerbado me entorgallé (como el valiente padre de Mariposa) con Luis en una batalla emocional para que me dejara adoptarla. No se que edad tiene. Sólo se sabe que me la dieron tres meses después su acto de aparición ante las luces del carro de Josefina. A mi casa llegó bella, sin rastros del pasado oscuro que le sembró un terror por los carros y unas ganas de agarrarse con cuanto perro se le pasee por delante. Unos días durmió sobre mis cholas, después pasó a la sala y decidimos que le tocaba patio cuando la descubrimos masticando los interiores limpios de Luis que esperaban a ser guardados en su sitio. Han pasado cinco meses de tratar de entenderme con ella, de luchar con garrapatas, mojones y su hiperactividad que no la deja concentrarse en nada y que no me deja entrenarla para que no me monte las patas en el vientre prominente que me apareció repentinamente una mañana comenzando la semana 28 de mi embarazo. Desde que llegó a casa hemos gastado en perrarina, garrapaticidas, perrarina, champuces, perrarina, jabones, perrarina, limpiadores de oído, perrarina, gentamicina, perrarina, manzanilla, perrarina, collares, perrarina, pecheras, perrarina, pinzas, perrarina, cloro y desinfectante, entre algunas cosas. También, desde que llegó he soportado la pregunta impertinente: ¿Y qué raza es? ¿Y SI NO ES DE RAZA... QUÉ? Es pedigree de multiraza. Mi Mariposa me recibe con un amooooor. Es genial abrir la reja de mi casa y verla a ella ponerse alerta, correr hasta la puerta del fondo a esperar moviendo la cola a que yo cubra los dieciseis metros que hay entre la puerta principal de la casa y la del fondo, haciendo una parada en el baño y en la cocina, solo para que le preste atención y le haga cariño. Y no le conozco la raza. Y no me importa. Es que a ella tampoco le importa que en el patio no le tengo un techo suficientemente grande y que sus platos de comida son torteras que me costaron doce bolívares.

Ella no sabe decir mi nombre, solo mueve la cola cuando me ve. No está enterada que los Almandoz cayeron en desgracia y que ya nadie recuerda a mi papá. No sabe que Luis es apellido Zorrilla, muy conocido por la honestidad y el amor por el trabajo en el estado Delta Amacuro. No se ha quejado hasta ahora de que las paredes del patio no están frizadas y que la casa donde vivimos tiene más de cuarenta años de construida y techo de asbesto sobre entramado de madera cruda llena de termitas. Mariposa ni se ha dado cuenta de que la sangre que corre por mis venas es roja y no azul como hubiese deseado mi mamá, ni que yo no pude heredar el título de Marquesa de Sucre con el que mi mamá tanto soñaba cuando hizo su genealogía hasta mil trescientos y pico. Ella no sabe que soy humana. Y si a ella no le importa mi raza, ¿a mí qué me importa la suya? Y sinceramente, cuando me hacen la preguntica impertinente, me provoca responder con alguno de mis ocurrentes chistes negros inentendibles para el común de la gente y un tanto ofensivos. No me pregunten por la raza, que me ofenden...